20101230

De miedos e incertidumbres.







Esta última semana del año, a diferencia de las demás ocasiones, no puedo dejar de pensar que el 2010 ya termina; tengo la sensación, de que un abismo separa el año vigente del próximo, corrijo, la extraña sensación, aquella que compró al miedo y a la incertidumbre. El miedo de que el 2011 venga muy cargado, y la incertidumbre de no saber qué contiene el saco.
Pero lo que más me atormenta en este momento es tu te quiero, no el que tú nunca dijiste, no aquel que no existe; si no el que guardé para ti, ¿debe salir antes o después del abismo?, ¿y si le doy paso justo en medio? No sé qué es mejor, o pensándolo bien, qué opción puede fabricar menos lágrimas.
¿Qué es mejor: empezar bien el año, o acabarlo bien? Dicen, que lo más importante es acabar bien, y empezar bien. Pero, ¿y lo que ocurre entre medias?, ¿carece de importancia? En cuanto al arte se refiere, sí, puede que cuando empiezas y terminas bien una audición, los aplausos atrapan a las notas que se escaparon del pentagrama, pero, ¿y en la vida? 
Muchas veces, cuando odias a alguien, exploras el porqué, y cuando dejas de analizar y le miras a los ojos, voilá, le quieres. Magia, ¿no?
Yo no consigo olvidar esa sonrisa, la que hizo que mi mundo estallara, la que me tomó por las orejas y me colocó en medio del surrealismo; y, no obstante, no forma parte ni del principio, ni del final, tan solo, forma parte.
En cuanto al final, todavía no ha llegado, traté de traerlo a rastras, pero se resiste; y yo sigo con mi duda después de tantas palabras. ¿Lo peor? Que probablemente el te quiero se quede dentro de mí, gritando y dando golpes por todos lados; mirándote a los ojos por una rendija y tratando de no desviar la mirada hacia tus labios; deseándote desde el silencio que ya salió a jugar con las mariposas; ¿y todo por qué? Por el miedo, que se compró un coche y circula entre los carriles de mi cerebro, bajando por las arterias al corazón. El miedo de que respondas: yo no. Y de que entonces, el mundo estalle, pero esta vez en mil pedazos.

20101213

La vida está hecha de paréntesis.


Lo cierto, es que cada vez que te veo marchar con tu bici, siento la absurda necesidad de salir corriendo tras de ti; y no, no digo absurda porque lo sea para mí; y sí, sí digo absurda porque lo sería para ti.
Suelo imaginar que nada más dejarte marchar, por fin me decido a dejar de hacer el imbécil, o tal vez, a hacerlo más todavía si es posible; me giro, en ese segundo que tanto nombras y no practicas (sí, ya imagino que tan solo es conmigo, pero si no tenías que ponerlo en práctica, podrías haberlo guardado en el silencio, la teoría tan solo sirve para que yo me pueda lamentar ahora), y te digo que te quedes, o que lo he pasado bien, o que te he echado de menos, tal vez trato de besarte con la absurda (otra vez esta palabra triste) esperanza (sí, esa esperanza que construíste mientras dejabas que te regara las orejas; sí, Espe, esa amiga que nunca me abandona) de que me lo permitas. O, y esta es la última alternativa decente que se me ha ocurrido tras meses de oníricos pensamientos, te digo que te quiero (no sé exactamente para qué, si ya lo sabes y todavía no te he visto mover un dedo).

Después, me tambaleo entre pedirte que quedemos y el “es mejor que me quede en casa”; la primera opción me resulta demasiado atractiva (querido demasiado; ¿de verdad existes?, si es así, ¿algún día dejarás de crecer?); y la segunda, empieza a parecerme estúpida; y, sobre todo, me da miedo. ¿Y si en un arrebato de no-control, me giro en ese segundo? Llegados a ese punto... Quizás, el mundo (no te preocupes, el tuyo no, tan solo el mío), haga PUM (y, ¿por qué no? Tal vez, también se convierta en chocapic; y sí, puede que todavía tengas los cojones de alegrarte de que mi mundo estalle porque habrá chocolateado tu mundo).
Mientras, yo, como ves, podría construir un edificio con lamentos. De hecho, no necesito esperar, podría empezar ya.